Ante la caída del buque dorado
se agita la piel,
-escalofrío-
y tan atenta la mirada
que ocultando el recuerdo
solo vislumbra sin-ser,
la nada.
Ha llegado la noche y con ella
las verdades.
Ya sale el lucero
y mil lagrimas de Caos.
Ya está seca la tierra
necesitada de llantos.
Ya marchitan las flores
del pasado.
-¿Y tú quién eres?-
pregunta el canto de sirenas
blancas de Tramuntana.
-yo soy cada instante
hijo forzoso del pasado,
Saturno enfurecido de futuro-.
Y se despidió de Eolo,
de Osiris, de Neptuno de Marte,
y dejó el viento que cantan la sirenas,
Así huyó del Sol, del mar y de la guerra.
Allí estaba, sí,
con manos de tierra y sangre
ante el agujero del olvido,
la muerte y la resurrección,
más allá del retorno,
más aquí que el ahora,
quedando sólo una cosa:
¡el éxodo del alma vieja,
la muerte intempestiva
y el llanto de las sirenas!
Y solo queda una cosa:
seguir la carrera sin meta
dejando en el hueco la nada
y una cabeza y la bala.