En el presente estudio pretendo afrontar dos momentos cruciales en la construcción de Europa. El primero más enfocado en el análisis histórico, se centrará en escudriñar el término -nación- y como la contrucción europea en el S.XIX se centró en crear los Estados en su configuración con dos acepciones diferenciadas del término: la concepción alemana y la francesa. El segundo momento al que haré referencia es el de la construcción europea actual y los retos a los que se enfrenta ante un proceso pseudofederal y transnacional de regionalización. Para
hacer un análisis de ambas cuestiones analizaré e incluso compararé dos textos fundamentales para la finalidad del presente estudio, la obra clásica de Kedourie 'Nacionalismo' y, más reciente, el libro 'Regiones de Europa. Autogobierno.
Regionalismos, integración europea' de M. Caciagli[2]. De este modo tendremos una panorámica de las cuestiones
referentes al nacionalismo y las regiones europeas desde la Europa
postnapoleónica hasta nuestros días en los que la regionalización de Europa es
un proceso fuertemente arraigado. No obstante, existe un claro sesgo temporal
en cuanto que Kedourie finaliza su análisis con la Socidead de Naciones del
periodo de entreguerras y Caciagli centra el suyo sobretodo en la Europa
posterior al tratado de Maastrich, con lo que el S.XX y como se configuraron,
reprimieron o exaltaron, regiones y nacionalismos en la II Guerra Mundial y en
la Europa bipolar subsiguiente apenas son mencionados. Otro elemento a tener en cuenta es
el enfoque que cada autor hace del tema. Kedourie claramente elitista, nos
hablará de los movimientos, grupos o intereses que propiciaron el auge,
expansión, triunfo, o fracaso de los nacionalismos y sus actores. Caciagli,
desde un enfoque claramente institucionalista, se centra en el papel de
organismos, gobiernos partidos e instituciones en la configuración regional
europea y como está ha evolucionado espacial y temporalmente.
Un aspecto de
gran relevancia a mi parecer es la diferencia en ambos textos la utilización del término Nación o
Región. Teniendo en cuenta el marco histórico que tratan
cada uno de los autores es evidente la utilización terminológica. Kedourie
analiza la Europa que se configuró tras el estallido de la Revolución Francesa
en el que la idea de Nación como un 'corpus' identitario que podía satisfacer
las pretensiones emancipativas de una población subsumida en la servidumbre monárquica que en muchas ocasiones era concebida como extranjera. El
nacionalismo vino a contestar dichas pretensiones, a dar los argumentos que
podían movilizar a los individuos en pos de una unificación o separación
territorial de las 'artificiales' condiciones en las que se encontraban. Cabe
decir que nacionalismo decimonónico tiene un carácter más unionista al
prevalecer el modelo italiano y alemán como los más característicos de la
época, pero eso no quiere decir que el nacionalismo separatista no estuviese
presente. Armenia o Polonia, esta última dividida en varios imperios, son
claros ejemplos de esto último. Caciagli[3] ,por el contrario, pretende describir y explicar
la situación de las regiones en la Unión Europea, desde los comienzos de la UE,
pero sobretodo a partir del Tratado de Maastrich y para ello habla de la
'Europa de las regiones' en contraposición a la Europa de las naciones
postnapoleónica. El hecho de que el autor escoja el término 'región' y no
'nación' es por consiguiente fundamental para la comprensión de su obra y tiene
en muchos aspectos una motivación instrumental. El término 'nación' se
caracteriza por no ser unívoco y ha sido estudiado exhaustivamente. Además
establece un tipo de relación con lo que pretende designar que implica que al
hablar de nación se restrinja a unos tipos concretos de región o de relación
con la región geográfica basada en criterios etno-lingüisticos y afectivos en
el caso de que nos refiramos a la definición germánica del término, o de
identificación y articulación instrumental de los estados y su ciudadanía si
aceptamos la noción republicana posterior a la Revolución Francesa y del -Estado-nación-.
El término -nación- por consiguiente, se postula restrictivo. Por el
contrario, el termino -región-, mucho más amplio en sus acepciones, que además
incluiría las dos anteriores del término -nación-, es mucho más versátil y útil
para explicar los distintos modos de relación que tienen dichas zonas
regionales respecto a los estados a las que pertenecen y a la vez su relación con la UE.
Kedourie, como ya he comentado,
comienza su exposición en el momento histórico de la Revolución Francesa. La
exaltación convulsa para una Europa monárquica y decadente que resultó de
observar como el pueblo se erigió como dueño de su destino y la amenaza que
ello suponía, creó una sinergia que con el tiempo se vería irreversible como
promesa de liberación. Los intentos de restaurar los antiguos sistemas
absolutistas allí donde las ideas revolucionarias habían llegado se verían a la
larga inútiles o avocados con los años a su destrucción. La idea de que los pueblos se podían revelar,
destruir imperios y cambiar fronteras llegó para quedarse. Napoleón aprovechó
la promesa de la libertad de los pueblos como instrumento de sus fines
militares, exaltando a las 'naciones' oprimidas para crear inestabilidad que
ayudara a sus fines expansionistas. Esta estrategia de intrumentalización
ideológica caló en muchos rincones y su expansión se hizo inevitable.
La influencia de la ilustración y
las ideas románticas fueron considerables. Las ideas filosóficas que donde la
universalidad de la razón y de las capacidades de los individuos de a forjar su
propio destino eran prioritarias ensalzaron y radicalizaron aun más las
pretensiones de los pueblos. La tradición, todo aquello que oliese a 'antiguo'
parecía ser desdeñado. Tal fue la convulsión de estas ideas que Kedourie habla
de crisis generacional en la que los hijos se enfrentaban a los padres por
tales postulados. Lo que era posible en los libros debía serlo en la realidad.
Pero no solo fue la expansión de los
postulados de la Revolución Francesa o las ideas ilustradas y románticas las que fomentaron el
nacionalismo. La preeminencia de una clase media y una burguesía que buscaba su
lugar en el poder político también fue una causa de la rápida expansión e
implantación de las ideas nacionalistas, pero la heterogeneidad de la aparición
de ésta, así como su dispersión geográfica en núcleos industriales concretos,
hacen que explicar el nacionalismo únicamente a través de los intereses
burgueses sea un error, por lo que se han de considerar múltiples causas como
las anteriormente postuladas o a las que me referiré a continuación.
Entre las ideas que predominaban en
el código nacionalista, la de que toda nación tiene un derecho natural soberano
respecto a su población y sus fronteras es de suma importancia. Pero, he aquí uno de los problemas más
importantes de la definición y acotación de las incipientes naciones europeas:
cómo se pueden delimitar las diferentes naciones. Kedourie hace referencia a
Mazzini, un joven revolucionario y sus palabras que esgrimen una a primera
aproximación. “Una nación escribe ' es un conjunto mayor o menor de seres humanos unidos en un todo orgánico
al compartir un cierto número de datos reales, como la raza, la fisonomía,
tradición histórica, peculiaridades intelectuales o tendencias de actuación”[4]
A esta definición, añadiéndole la pertenencia a un grupo etno-lingüístico y
el derecho de dichas comunidades a la emancipación de los imperios opresores
para poder someterse únicamente a la voluntad general, que emana del pueblo, y
constituye la propia nación, nos da una definición más o menos acotada de la
idea de nación decimonónica. Es curioso que el hecho de querer emanciparse de
opresores extranjeros no implicaba idea de libertad. No en pocas ocasiones, los
regímenes nacionales o movimientos revolucionarios que surgieron en el S.XIX fueron mucho
más duros con sus propia comunidad nacional que con los invasores extranjeros.
No obstante, el ideal de conformar
la nación respecto a las características antes mencionadas fue problemático en
cuanto se tuvo que determinar la anexión nacional de determinadas zonas mixtas
donde las múltiples lenguas, culturas y religiones convivían y eran pretendidas
por una u otra nación. “Estos factores convierten siempre a la autonomía
cultural, por sí misma, en una solución precaria e ilusoria a las demandas
nacionalistas”[5]
. Uno de los mayores instrumentos para configurar las fronteras fue el de
los criterios lingüísticos al que apelaron autores como Fichte y que no
solucionaron las controversias respecto a donde empezaba una nación y comenzaba
otra. Otro elemento que se tubo en cuenta fue el de las fronteras naturales, en
las que ríos y montañas hacían las veces de frontera. En algunos casos ambos
factores confluian como es el caso de España y Francia y su frontera natural en
los Pirineos. En muchos otros no.
La dispersión cultural de Europa fruto de innumerables conquistas,
conflictos y migraciones que tiene como máximos exponentes al medievo feudal y
los conflictos derivados de la reforma protestante y el humanismo, configuró un
mapa cultural, lingüístico y religioso
que dada su complejidad supuso un verdadero rompecabezas para las
pretensiones nacionales. Esto unido a los intereses geoestratégicos de los
incipientes estados-nación provocó serías confrontaciones y contradicciones en
la creación del nuevo espacio territorial europeo. Un ejemplo de ello es el de
el pueblo Polaco y las resistencias de los alemanes por concederles su
autonomía. Este problema se acentúa bajo
la idea suscrita al nacionalismo de que las comunidades extranjeras deben ser
asimiladas o rechazadas.
Ante este escenario, el estallido de
la I Guerra Mundial y sobre todo los tratados surgidos tras la postguerra en la
Sociedad de Naciones contribuyeron a distorsionar y en parte agravar los
conflictos relativos a las posiciones y tensiones nacionales. El germen de la
Gran Guerra se incubó en las pretensiones imperiales Austro-húngaras y Rusas y
las del nacionalismo Servio de raíz eslava que desembocaron en el asesinato de
Franz Ferdinanz. En otro contexto, las tensiones coloniales también
contribuyeron al inicio del conflicto. Tras su finalización, la Sociedad de Naciones surgió como un mecanismo
de solución de conflictos en la convulsa y heterogénea Europa. El presidente de
los EEUU, Wilson, exaltó la existencia de las nacionalidades como una condición
de paz. No obstante, el concepto de 'nación' que esgrimía el estadista estaba
condicionado por la experiencia americana, en la que, bajo los preceptos
liberales de pensadores como Mill o Locke definían a las naciones como grupos de
seres humanos que decidían gobernarse mediante un contrato social que aseguraba
la libertad. Es más, para Mill, la mezcla de culturas en una convivencia
pacífica es una perspectiva positiva, cosa que para un nacionalista de del S.XIX supondría
una herejía. Como he dicho antes, el concepto nacionalista de autodeterminación
de raíces culturales y etno-lingüísticas
implica la autodeterminación de los pueblos pero no por ello la
consecución de la libertad. El concepto americano sería inverso a éste. Sin
libertad no puede haber autodeterminación de los pueblos.
La fallida de la Liga o Sociedad de
Naciones, a causa de sus conflictos estructurales internos no diluyó el problema y en su 'heredera'
natural, la ONU, el problema de la autodeterminación de los pueblos sigue siendo
uno de los principales. Cuestiones como la del Estado Palestino o el
complejo problema en España entran en clara contradicción con el derecho
a la autodeterminación de los pueblos que establece la ONU y que tiene sus
raíces en el panorama nacionalista del SXIX y los postulados de la Sociedad de
Naciones. No obstante, soluciones como el Estado de las Autonomías del estado
español, en el que se habla, no ya de naciones, sino de nacionalidades son soluciones que se han
pretendido dar con mayor o menor fortuna y que, hablando ya de regiones, Caciagli analiza.
Caciagli establece tres puntos
cardinales sobre los que versará su libro respectoa al problema de las
regiones:
- “cómo se han puesto en funcionamiento las reformas institucionales que han cambiado la arquitectura de los estados centralizados”[6] para dar más importancia a entidades que están entre los estados, los municipios y en su caso, las provincias o similares.
- El papel de la integración europea en impulsar la política regional.
- El componente cultural. El descubrimiento de las identidades reginales culturales.
Como comenté al inicio, el termino
'región' es mas amplio que el de 'nación'. Si el segundo se delimitaba casi
exclusivamente en términos etno-culturales, el de región es mucho más versátil
y a parte de estos también incluye cuestiones económicas, estructurales institucionales
e instrumentales que pueden hacer una mejor descripción del proceso de
regionalización de Europa. La UE, además, ha incentivado y promocionado la
regionalización mediante la posibilidad de las regiones de tener presencia en
Bruselas, adquiriendo competencias externas e intentando tener un papel cada
vez más importante en las relaciones internacionales.
Por regionalización se ha de
entender el conjunto de reformas con las cuales el poder central del estado
transfiere competencias y funciones a las estructuras periféricas con lo que ha
mutado el dónde y el quién gestiona el poder mediante una dispersión
territorial de competencias institucionales. Si además tenemos en cuenta que
los Estados-nación se crearon artificiosamente y que la creación de la UE es
también artificial, por lo tanto no es descabellado que una organización basada
en regiones no pueda darse. La integración europea a sido y es, en este
sentido, el factor decisivo de la regionalización.
Ante las ventajas de la
regionalización los estados han iniciado una serie de reformas que transforman
sus relaciones centro-periferia en el casos de sistemas centralizados o varían
las ya existentes entre las diferentes regiones de un estado descentralizado.
El capítulo segundo del libro de Caliagi se centra en las reformas regionales
de algunos países de la UE que representarían el cómo se están adaptando al
nuevo panorama regional. Los países en cuestión son Italia, Francia, España,
Gran Bretaña y Bélgica. Cada una de ellas tiene un sistema que partió de un
punto más o menos centralizado y han acometido reformas para con las regiones.
Caso paradigmático es el francés. Francia ha sido un modelo de centralismo
desde la época absolutista hasta prácticamente nuestros días. L'Ille de France
y París en su centro ha sido el centro político administrativo de todo el
territorio francés en el que las veintidós circunscripciones eran meras delegaciones
del gobierno central. No obstante, a lo largo del SXX por motivos organizativos
y de gestión inicialmente y por las propias demandas de las regiones, un serie
de normas han ido modificando la relación centro-periferia transfiriendo cada
vez más poder y competencias a estas.
España es también una caso claro de como se han modificado las normas a
favor de las regiones. El sistema español otorga gran autonomía a sus regiones
llegando a ceder las competencias fiscales a algunas de ellas como son el País
Vasco y Navarra. A título personal, creo que la transferencia de las
competencias fiscales es un buen indicador de medición del grado de autonomía
de las regiones. En este caso sería muy amplia. Pero además están transferidas
competencias en sanidad, educación, seguridad... a prácticamente todas las
Comunidades Autónomas. Además, es
interesante que los sistemas electorales se han modificado también para
favorecer a las regiones que incluso les han permitido relacionarse
directamente con la UE sin mediación del estado.
Pero también están aquellos países
que que completaron un proceso de federalización como Austria o Alemania, o
aquellos estado centralizado que apenas han tales procesos. En el caso de los
primeros es interesante observar como se han dirigido actuaciones a consolidar
su regionalización, caso claro es el de el Bundestag y el Bundesrat alemán en
le que la relación entre gobierno y regiones es bidireccional y han establecido
mecanismos de intervención mutuos. En el otro extremo, el segundo caso, nos
encontraríamos a países que acaban de ingresar en la UE como Estonia o Letonia,
los cuales, por razón de su pertenencia a la URSS aun no han iniciado ninguna
reforma en este sentido, aquellos países que por su entidad territorial hace
innecesarias tales reformas como Luxemburgo o aquellos que por tradición
histórica no se resisten a acometerlas, como es el caso de Portugal. Aun así,
entre estos últimos sí se vislumbra cierto tipo de aperturismo regional.
El capítulo sexto del libro de Caciagli cambia
el tratamiento puramente institucionalista para poder inmiscuirse en
otra temática como son las culturas
políticas regionales. Para ello el autor
parte del concepto de cultura política de Alnond y su descripción
anglocéntrica de la cultura cívica para criticar su etnocentrismos y
trasladar dicha visión a una posición más plural que permite hablar de
'culturas políticas regionales'. Dichas culturas se habrían configurado a lo largo de la historia
por muy diversos motivos como son 'desarrollos históricos y experiencias
colectivas, confesiones religiosas y conjuntos de valores, autoridades
políticas y principios organizativos, estructuras económicas y sistemas
diferentes de convivencia social, clases sociales y vida cotidiana comunitaria[7] etc que
hace que el autor utilice la metáfora 'Una
Europa de Manchas de Leopardo.'[8]
ya que no estaríamos ante un mapa
homogéneo u ordenado en el que se pudieran distinguir claramente las diferentes
culturas y subculturas políticas; más bien encontraríamos diferentes regiones e
incluso zonas dentro de regiones que estarían más influenciadas por unas o por
otras.
Dentro de estas subdivisiones el
autor se para a analizar dos de relevancia pero en claro retroceso. Serían de
carácter ideológico que adjetivaría a regiones como rojas o blancas de si los partidos políticos
dominantes y por ende la cultura política mayoritaria serian de adscripción
socialista o socialdemócrata para las rojas o democristiana/conservadora
para las blancas. Como he comentado, estas están en claro retroceso y
cada vez más difuminadas internamente por motivos varios entre los que irían la
variación de los programas de los partidos que lo han neutralizado, la propia
dinámica y movilidad europea entre otros. Es más, muchos de los partidos
tradicionalmente rojos o blancos han comenzado a acometer como estrategia e
posicionarse o hacer políticas de aire más regionalista e incluso incluir en
sus filas a partidos de esa índole. Caso este el de el PSOE, un partido de
estructura federal que además, a facilitado tal hecho, el de la reginalización de su estructura y su discurso. En éste se observa como
sus federaciones tiene discursos regionales como seria el PSIB en las región
autonómica balear o el PSE en el País Vasco, o la integración de un partido
regionalista como el PSC de Cataluña en su propia estructura, que además se han
vuelto imprescindibles para los comicios electorales para el gobierno
central.
Este último ejemplo
sirve para plantear la cuestión de que el regionalismo se ha convertido en una
ideología. Si territorio, lengua y cultura son importantes, más aun es el descubrimiento de la identidad regional. Dicho descubrimiento implica la
conciencia de pertenencia a un grupo determinado en el que el paso para convertirse en ideología es
el trasladar dichas motivaciones a un campo de acción concreto, el político. De
este modo, los diferentes movimientos regionales han fomentado, redescubierto e
incluso creado elementos identitarios, símbolos y mitos que legitimasen su
posicionamiento cultural y territorial.
Durante el SXIX muchos de estos movimiento fueron conservadores y eran
vistos como un lastre para la modernidad que frenaban el desarrollo
capitalista. No fue hasta los años setenta del SXX que estos regionalismos no
empezaron a fortalecerse. Curiosamente, el elemento común de la explosión de
movimientos regionalistas no fueron tanto las reivindicaciones en materia
cultural como aquellas que denunciaban los abusos económicos del centro a la
periferia.
Hemos comentado muchas características
de los regionalismos y el autor establece dos categorizaciones o tipologías que
nos permitirán una clasificación. La primera de ellas distingue la finalidad
que persiguen los regionalismos. De esta forma tendríamos el de tipo privación
relativa/bienestar donde lo que importa es el desarrollo económico El
segundo tipo seria de carácter etno-lingüístico. Un tercero sería el de fines/medios,
que fines se persiguen (descentralización, competencias, autonomía...) y que
medios se utilizan.
Llegados a la politización del
regionalismo es imprescindible hablar de los partidos políticos regionalistas.
La proliferación de éstos en toda Europa es un hecho incuestionable. No
obstante, no todos persiguen los mismos fines, de la misma forma y tienen el mismo
peso político, implantación o capacidad negociadora. Cagliaci establece dos
clasificaciones de partidos para clarificar su distinción. La primera es la
descrita por Liever de Winter. Este autor habla de partidos proteccionistas
que buscan la salvaguarda cultural en el marco ya existente. Un segundo tipo
serían los partidos autonomistas que aceptan las relaciones centro-periferia
pero reclama una normativa especial para el territorio. El tercer tipo es el de
los partidos federalistas que buscan una autonomía acentuada. La cuarta
tipología sería el de los partidos independentistas, que aspiran a la
separación del estado en el que están enmarcados. La quinta y última sería la
de los la de los partidos irredentistas, aquellos que buscan la
separación respecto a un estado para anexionarse a otro. Es de gran importancia el papel que estos
partidos juegan en sus territorios y como hacen uso de las elecciones para
poder conseguir sus objetivos. Teniendo
en cuenta su implantación y fuerza electoral Caciagli hace referencia a una
segunda tipificación que hace De Winter en
establece la siguiente clasificación de partidos:
- Hegemónicos: Con mayorías absolutas en su región.
- Grandes: con un porcentaje de sufragios entre el 25% y el 50%.
- De magnitud media: entre un 15% y un 20% de los votos.
- Pequeños: con votos por debajo del 15%.
Pero
los partidos regionales no solo centran su actuación en los marcos estatales en
los que están comprendidos, también actúan a nivel europeo. En la página 247 de
su libro, Caciagli establece un cuadro con los más importantes. La mayoría,
pero no todos, se ha agrupado en un partido europeo, el Partido Democrático de
los Pueblos de Europa (PDPE) con representación en el parlamento europeo. Las
oportunidades que ofrece Europa a las regiones, así como un marco electoral que
les ha sido favorable, en el que las características electorales europeas que
han posibilitado mayor proporcionalidad, alto grado de abstencionismo, y alto
grado de compromiso respecto a la contienda europea, han propiciado su éxito
estos últimos 20 años. A la UE este hecho le puede ser favorable, y en parte de
aquí viene su apoyo a las regiones. “el florecimiento de la conciencia
regional en todo el Continente puede proyectarse en una conciencia europea.
Regiones y regionalismos pueden expresar mejor la multiuformidad de Europa”[9].
No obstante, la Europa de las
regiones es hasta le momento una ilusión, un proyecto que se fragua
lentamente ante las dificultades que la dinámica europea, por necesidad propia
de lo complejo de su estructura territorial, pueda avanzar más rápidamente en
este sentido. La acentuada asimetría europea podría verse corregida por la
regionalización e incluso se podrían asumir mayores cotas democráticas por una
participación más horizontal de los territorios en Europa. Por ahora, como
hemos dicho, solo es eso, un proceso.
Bibliografía:
Caciagli, M. (2006), Regiones de Europa. Autogobierno.
Regionalismos, integración europea, Valencia, Ediciones Tirant lo Blanch.
Kedourie, E. (1985), Nacionalismo. Madrid, Centro de Estudios Institucionales.