
Mírame, ¡mira!
no dejes nunca de hacerlo,
contagiarme esa dulzura
por puro reflejo
y mírame, ¡mira!
trae tus ojos, dámelos,
no más vendas, -no- por ciegos,
vendados tampoco los quiero.
Y mírame, ¡mira!
Sólo quiero los tuyos
tan fluidos como una roca,
gelatina de mármol;
tan fríos como la aurora,
muñequitos de piedra.
Y mírame, ¡mira!
no dejes nunca de hacerlo,
destruye mis querencias
con el fulgor de una
diosa de prostíbulo:
Así, así, así,
como Atenea.
Ésos son los ojos que quiero
para guardarlos en vasitos
formolizados
inertes
fijos
Pero los tuyos ya no,
ahora ya no los quiero
no te los saques.
Antes sí, hace un metro,
ahora prefiero otros sin hedor a pasado,
y sin dejar de mirarme, ¡mira!
los pise con mis labios
¿qué quieres que haga?
Me temblaron las manos
¡ojicidio!¡ojicidio!.