Hace unos días leía un excelente artículo de Joaquín Estefanía titulado “Guerra en la clase media”. En él, hacía alusión a que la lucha de clases se ha convertido en la envidia dentro de la clase. En una sociedad precarizada y dual cualquier trabajador fijo, funcionario o con contrato indefinido ha pasado a ser perversamente catalogado como “privilegiado”. Tal desenfoque para identificar los verdaderos responsables de la crisis económica viene de la mano de toda una artillería ideológica neoliberal que nos envuelve como un mantra. La primera trampa es creer en la imposibilidad de reducir la desigualdad a nivel global, por lo que las reformas estructurales se deben hacer vía devaluación salarial y reducción del gasto social. La segunda trampa es que la única redistribución posible es la interna, sólo en el interior del mundo del trabajo y en el seno de las clases medias, nada de poder trasferir del capital al trabajo o de los ricos a los pobres. La tercera trampa ideológica implica la eliminación de parte de derechos de los trabajadores establecidos prometiendo trabajo a quien no lo tiene y mejoras a quien lo tiene precario.
El
desclasamiento de los trabajadores, políticos y sociólogos ha ido
aparejada a la lucidez de clase grandes inversores, especuladores y
corporaciones financieras respecto a su posición dominante. Tanto es
así, que el dueño de la tercer fortuna del mundo, Warren Buffet
llegara a afirmar sin ruborizarse: “hay una guerra de clases,
pero es mi clase, la de los ricos, la que está haciendo la guerra y
la estamos ganando”.
El
teórico social David Harvey ha analizado la actual crisis económica
y las correspondientes terapias de shock económicas y social como
estrategias por parte de las élites dominantes para restaurar,
reafianzar o construir un contundente poder de clase. Tal autor
analiza las causas de la desigualdad exponiendo que el
neoliberalismo, más que generar riqueza y renta, la redistribuye de
abajo-arriba a través de mecanismos de “acumulación por
desposesión”, un proceso de acumulación de las élites que
abarcan desde la mercantilización y privatizaciones de tierras -que
generan desplazamientos masivos de campesinos- la transformación en
derechos de propiedad en propiedad privada, la eliminación de modos
de producción autóctonos, a través de la deuda de los países o
del uso del sistema de crédito como medio drástico de acumulación
por desposesión. Actualmente se le
añaden
las reducciones o eliminaciones de conquistas sociales.
La
acumulación por desposesión tiene cuatro aspectos principales: la
privatización y mercantilización; la financiarización, que
después de los ochenta se vuelve enormemente especulativa; la
gestión y manipulación de la crisis -siendo el factor de la deuda
el principal instrumento de desposesión- que ha evolucionado hacia
el “fino arte” de la transferencia de dinero de los países
pobres a los ricos, sea a nivel mundial o europeo; y las
redistribuciones estatales que están invirtiendo las dinámicas de
años atrás que con el liberalismo embridado se habían conseguido y
que implicaban una redistribución equitativa de la riqueza. Tales
redistribuciones se producen a través de las privatizaciones,
disparando la especulación y gentrificación y grandes
desplazamientos hacia la periferia, pero también a través e la
política tributaria, deducciones fiscales, amnistías fiscales a las
rentas más altas, etc.
La
Escuela de Chicago con Milton Friedman a la cabeza vio en las
catástrofes y crisis
económicas
“grandes oportunidades” para conseguir estados sin restricciones
al capitalismo y privatizaciones. El
resultado de treinta años de proceso neoliberalizador
es que el 1% de la población mundial acumula más riqueza que el
otro 99%. El 1% más rico tendrá en 2016 más del 50% de toda
la riqueza del planeta. España es el segundo país más desigual de
Europa, tan solo por detrás de Letonia. El 1% de la población
española concentra más riqueza que el 70% más pobre.
Con
este panorama de desigualdad creciente la propuesta de Pedro Sánchez
de una reforma fiscal de izquierdas donde no se suba un céntimo a
las clases medias y populares y sí suba impuestos a quienes no pagan
actualmente, es urgente. Tal reforma nos permitiría recaudar 6.000
millones más que se destinarían a políticas sociales. La idea es
integrar el impuesto de patrimonio dentro del IRPF para gravar todas
las rentas del contribuyente, toda su riqueza. Se reformará el
impuesto de sucesiones y donaciones, con un mínimo común para
todas las autonomías, evitando así una carrera fiscal a la baja, se
establecerá algún tipo de renta imputada en los fondos de inversión
y en las sicav, que en algunos casos nunca pagan nada. Para evitar
tributaciones tan bajas, habrá un sueldo mínimo del 15% del
resultado contable en Sociedades, para ingresar 2.500 millones más.
A su vez, propone bajar el IVA cultural del 21% al 5% y al 4% algunos
productos de primera necesidad. Y se recortarán drásticamente las
desgravaciones de los planes de pensiones, que ahora van a los más
ricos.
Hacer
frente a la desigualdad es uno de los mayores retos políticos que
tenemos por delante como sociedad. Repartir con equidad entre las
distintas clases sociales evitando las disfunciones que a día de hoy
se producen. Según la OCDE en España el 20% de la población con
renta más baja recibe apenas un 10% del total del gasto público
social, mientras el 20% de la más rica recibe algo más del 25%.
Focalizar bien las políticas re-distributivas tocando a los ricos y
su riqueza y no plantear políticas que miren de reojo los derechos
de las clases medias y populares es imprescindible para mantener la
equidad y la solidaridad, tan erosionada por las recetas de la
derecha.