-Hola-
Tenue, el ambiente invita a relajarse dejando pasar los segundos, que las horas sean sólo instantes naufragando en la memoria. Las paredes del local están acolchadas, formando un relieve de espuma y cuadriculas burdeos cálidas y oscuras. No hay mucha gente y sobre su murmullo solamente se escucha la conversación de unos instrumentos y su dialogo en armonía. La trompeta lastimosa contesta al contrabajo mientras les marca el yugo insidioso y metálico de los platos de una batería.
Ella está sola en una mesa circular acompañada de una silla vacía. Mira una copa de cuello ancho adornada por una aceituna y una sombrilla. Tiene los labios pintados de rojo intenso, sanguíneo, oscuro. Sus ojos no brillan tanto como sus labios. Su piel es blanca, casi transparente, tanto, que en sus finas manos se puede ver el color de la sangre corriendo por sus venas. Con ellas acaricia suavemente la copa y juguetea con el borde. Viste un traje negro de raya diplomática, pantalón ceñido, blusa blanca y americana. Su pelo es rubio, liso y cae por debajo de sus hombros. Él está de pie, imperturbable. Espera una respuesta.
-Sabía que ibas a venir, siempre vienes-
Tras estas palabras apenas lo mira, no quiere mirarle, aunque no quiera verlo los dos se parecen y el parecido le lleva al recuerdo y éste a los remordimientos. No está bien lo que hacen, los dos piensan igual, no está bien, pero a él no le importa.
-¿Puedo sentarme?-
El instante se eterniza en el silencio, ni si quiera se gira para contestarle, prefiere seguir mirando la copa, últimamente mira demasiadas.
-Si te dijera 'no' ¿te sentarías igualmente?-
A él no le sorprende la pregunta, se sienta. El camarero se acerca con una copa de coñac acostumbrado a esperar este momento para servirla, así se lo pide él.
-Me llena de orgullo y satisfacción... ...comprobar que estés aquí, que hayas venido...-
-Juan Carlos... ...no me vengas con el discurso de siempre, ya lo conozco. Sabías
perfectamente que iba a venir, los dos lo sabíamos-.
-Leticia...-
A Leticia esta situación le ha superado, no sabe como asumirla, Juan Carlos es el padre de Felipe, su marido. Si fuera un desconocido no pasaría nada, a ella y a Felipe le gustan estos juegos. Esto es diferente. No pueden seguir así.
-¿Has leído a Sade?-
-No, conozco su obra pero no lo he leído ¿no dicen que es un poco repugnante?-.
-Escribió un libro, 'Justine', que relata algo parecido a lo que nos ha pasado a nosotros, ya sabes, que un padre se tira al la mujer de su hijo, y has acertado, es repugnante. Además, tengo hijas con Felipe, recuerdas a tus nietas. Ahora son pequeñas, pero qué pasará si se enteran de ésto cuando se hagan mayores, qué pasará si alguien se estera...-.
Juan Carlos sonríe, cada vez que se ven a solas pasa lo mismo. En la mesa, al lado de la copa de Leticia están la llaves del motel de enfrente unidas a un llavero negro con un numero 17 en dorado intenso. Siempre que viene de vacaciones a Mallorca se ven en este lugar, la misma hora, la misma habitación. Leticia se ocupa de alquilarla. Juan Carlos lo prefiere así, que decida ella, el tiene menos escrúpulos y más amantes, la mujer de su hijo es simplemente otra de la lista, nunca ha visto nada más en ella que unas piernas bonitas, un lindo trasero y un buen polvo; además, su hijo le ha contado sus aventuras y juegos, como cuando conoció a Iñaqui, un viejo conocido de Felipe, en el hueco de una escalera. Que no se avergüence tanto, al fin y al cabo es sólo sexo.
-¿Vamos?-
Leticia le mira resignada, se levanta antes que él y se dirige a la barra del local a pagar. Juan Carlos se levanta lentamente, sus movimientos son pausados, no tiene prisa. Leticia comienza a caminar hacia la salida, Juan Carlos la sigue a cierta distancia y observa el movimiento de sus caderas.