Otro fugaz sujeto: yo

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Este sujeto al que ahora observo y reconozco en mi mismo, nació en 1978, en una ciudad de provincias de nombre Puertollano, al sur de Ciudad Real, España. Nació a los siete meses de gestación, algo precipitado, como otro espécimen humano más de entre los cuatro mil y cinco mil millones que en ese instante ya existían en la tierra. Inmediatamente después de su nacimiento, miles de seres como él hicieron lo mismo y otros tantos, dejaron de ser hijos de Eros para estrechar la mano de Tánatos. El nombre que decidieron para él fue David, nombre común de la tradición judío-cristiana cuyo significado es 'amado', como la mayoría de los productos del instinto de supervivencia de su especie. Necesario para la perpetuidad de ésta, como todos, se dispuso a emprender su cometido a trompicones: ir contra-natura y no dejar más rastro que el ego. De ese instante hasta el momento no hay mucho que reseñar. Lo que trascienda puede que se lea, o no, en esta página. Lo que no, marchará de esta tierra y ser nada acompañada de gusanos.

domingo, 9 de mayo de 2010

Pasos Grises


 Los camilleros le alzaban en brazos,
 a modo de despedida.
Nunca fue nada y nada y nada quiso,
nunca amó a nadie y nadie tuvo.

Su barba anciana, como las calles
que vieron nacer su cuerpo,
tocaba sus manos apoyadas contra la acera
mientras la bilis brotaba de su cara
para caer al suelo.

No le importaban nada ni las prisas 
ni el tiempo,
tampoco necesitaba de dinero,
sólo amaba la vida entera, en las calles,
con la escarcha de enero
o el infernal verano
con su saludo de fuego.

No quería coche, ni casa, ni hijo,
ni mujer que le arropara 
con los cartones del invierno,
sólo quería oír la poesía del viento 
arremolinado en los callejones,
o la dulzura de un claxon 
apretado con odio y miedo,
o el cantar de las marujas que van al super,
o la timidez de una niña sonriendo.

pero se desvaneció todo,
en sus últimos pasos grises
se perdió para siempre,
la vida, la calle,
la serenidad de un hombre sin tiempo,
la voluntad de un alma sabida de vacío
que ha olvidado ya el cielo
sobre aceras de muerte.

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