Los camilleros le alzaban en brazos,
a modo de despedida.
Nunca fue nada y nada y nada quiso,
nunca amó a nadie y nadie tuvo.
Su barba anciana, como las calles
que vieron nacer su cuerpo,
tocaba sus manos apoyadas contra la acera
mientras la bilis brotaba de su cara
para caer al suelo.
No le importaban nada ni las prisas
ni el tiempo,
tampoco necesitaba de dinero,
sólo amaba la vida entera, en las calles,
con la escarcha de enero
o el infernal verano
con su saludo de fuego.
No quería coche, ni casa, ni hijo,
ni mujer que le arropara
con los cartones del invierno,
sólo quería oír la poesía del viento
arremolinado en los callejones,
o la dulzura de un claxon
apretado con odio y miedo,
o el cantar de las marujas que van al super,
o la timidez de una niña sonriendo.
pero se desvaneció todo,
en sus últimos pasos grises
se perdió para siempre,
la vida, la calle,
la serenidad de un hombre sin tiempo,
la voluntad de un alma sabida de vacío
que ha olvidado ya el cielo
sobre aceras de muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario